Radio Internacional Feminista/23 de Octubre 2005

Campaña

"Entre mujeres, con las comunidades afectadas"

                                              

Relato personal de un diluvio universal focalizado

 

     Archivos de Audio con  Testimonios e Entrevistas del recorrido por Santiago Atitlán

 

Por: Maria Suárez Toro/Radio Internacional Feminista/Fire

Hoy es domingo en la noche en Guatemala. Llueve nuevamente. Han pasado apenas dos semanas desde que las lluvias del Stan azotaron el Noroeste de Guatemala causando estragos. No puedo dormir, pensando en el pánico que han de estar sintiendo las poblaciones que fueron afectadas entre el 1 – 5 de octubre por aquel azote que ha dejado secuelas que parecen eternas… y vuelve a llover sobre mojado.

 Acabo de regresar de visitar algunas de las zonas más afectadas por Stan: Santiago de Atitlán en Sololá y Tecpán en Chimaltenango.

 Estoy conmovida y casi sin palabras. No he dejado de llorar cuando abrazo mi almohada en la noche, porque en el día tuve que hacer de tripas corazón, tratando de compartir mis pocas fuerzas con la fortaleza de las mujeres de esas terriblemente afectadas comunidades. Han perdido todo, menos las ganas de vivir. Y esas mismas ganas a veces penden de un hilo. “A ratos parece que hasta las esperanzas se fueron con las correntadas” dice la periodista Ana María Cofiño en el Diario el Periódico(22-X-2005).

 Pero esas mujeres son las que la recuperan de entre los escombros, apenas ven un destello de esperanza. Son las hilvanadoras del tejido social y ecológico que ha quedado despedazado, descosido, devastado por un temporal que trajo cinco días seguidos de una lluvia torrencial que puso al descubierto, una vez más las grandes lagunas políticas que existen en el país.

 “El huracán desnudó la injusticia que somete a la mayoría de la población a vivir en la miseria y la pobreza; puso de relieve la ineficiencia y la corrupción del Estado; evidenció la necesidad de asumir políticas de protección ambiental” dice Ana María Cofiño en la misma nota de prensa.

 

Santiago de Atitlán, Sololá 


Recorrido por Santiago Atitlán

 

Santiago de Atitlán, concretamente una parte de Panabaj, que en lenguaje Maya significa “lugar de piedra”, está desierto. Detrás se vislumbra el Volcán de San Lucas Tolimán, majestuoso, aparentemente inofensivo. Pero sus aguas subterráneas se juntaron con la de las lluvias y los ríos sin cauce, desbordándose como lo habían hecho hace ya un poco más de 50 años.

Cuentan que los ancianos mayas han dicho siempre que cada media década vendría un desastre natural. Si a eso se le suman los cinco centenarios de calamidades nada naturales, el vértice donde se juntan ambos cada cierto tiempo podría ser muy fácil de predecir.  Pero no lo es, precisamente porque las fronteras entre lo natural y lo creado social y políticamente se borran en esos momentos. Nadie sabe cuál es cuál, porque se funden.

 Me lo confirma la responsable de Naciones Unidas en Guatemala, Gladis Acosta, cuando me dijo que en esta situación “lo que se abre es un debate nacional, las autoridades saben que se requiere una política diferente, un rediseño del país. No puede haber un retorno al punto anterior, es entender que la crisis muestra la necesidad de cambios. Las zonas de los desastres son zonas proscritas para la vida humana.” Ella lo sabe. Acaba de realizar un recorrido en helicóptero por las zonas afectadas, lo que equivale a la mitad del país.

 “Desde arriba las laderas del altiplano parecen haber sido desgarradas por los dedos de un gigante que las aruñó. Y esas zonas son de una densidad poblacional impresionante porque la gente ha sido arrinconada en las alturas, ya que las mejores tierras están abajo y son de propiedad de otros. La población solo baja a trabajar asalariadamente en la caña y el café. Estas catástrofes desnudan una realidad social. Cae un velo que tapaba todo.”

 Las mujeres Mayas que dirigen la Clínica de Salud de Mujeres en el lugar – Leticia y Doña Chica - nos llevaron a pararnos encima de un promontorio de piedras, palos y barro en Panabaj, que es hoy día una ciudad cementerio. Allí, casi sin darse cuenta, murieron más de 80 personas mientras dormían en la madrugada del desastre. Otras están desaparecidas.

 Los pies me fallan, casi no puedo sostenerme. Leticia se da cuenta y me sostiene. Qué pena. Ellas son tan valientes que me lleno de su fortaleza. ¡Todavía, con todo y lo que han pasado, tienen que cargar conmigo! Lo asumo con vergüenza, pero lo comparto para que sepan que ellas no han perdido la esperanza ni la fuerza.

 Ha sido lo más atinado que la Campaña “Entre Mujeres con las comunidades afectadas” (ver anexo) se ligue con las propias mujeres y sus organizaciones para canalizar apoyo y ayuda.

Si algo me queda claro en esta visita a las comunidades es que en este caso se necesita, no solo una perspectiva de género, sino una perspectiva étnica en la solidaridad. Sugiere Leticia que “quienes den apoyo deben no solo dar, sino fiscalizar que la ayuda llegue a quienes más la necesitan.” La verdad es que la forma es ponerla de una vez en manos de ellas y trabajar con ellas.

Un ejemplo es lo que está pasando con un loable proyecto de un constructor extranjero en Santiago que está trabajando para construir un albergue para niñas y niños que quedaron huérfanos. Se dice que eso es temporal y que luego se pondrán en adopción. A simple vista parece un proyecto maravilloso. Pero si se le pregunta a las organizaciones de mujeres mayas, ellas sugieren que en mejor que el apoyo se le de a las familias de esas criaturas para que los puedan mantener en su seno. “Así no se les aísla de su entorno cultural y afectivo – sugiere Leticia – las familias no los asumen porque no tiene cómo, pero si se les ayuda con el cómo, quedan en nuestras comunidades.”

Las mujeres de la Clínica de Salud de Santiago de Atitlán trabajan en la reconstrucción de las vidas de las comunidades con las parteras de las comunidades, que son el hilo que re-teje el tejido social devastado. Doña Chica y Leticia, entre tantas otras, son un hilo que une estas mujeres con su resistencia al abandono y la dejadez de esas comunidades por parte de los procesos de "paz" y “desarrollo” que nos les ha llegado no por sombra.

 

Manejan un hospitalito increíble que atendió a las víctimas desde las primeras horas de la madrugada del infame día del 5 de octubre cuando llegaron Están en  el centro de Santiago pero les llegó gente de todas las comunidades alejadas. “Esa madrugada nos despertaron los bomberos voluntarios para avisarnos  que llegaba gente herida y que debíamos abrir la clínica porque era el único lugar de atención. Al momento estábamos allí con las puertas abiertas. Personas heridas, enfermas, mujeres parturientas, gente que necesitaba ser operada, gente amputada. etc. Agraciadamente las pudimos atender con el apoyo de toda la comunidad y nuestra experiencia” dice Doña Chica, una enfermera maya, viuda de la guerra.

 La clínica trabaja salud comunitaria a través de las matronas (parteras). Lo han hecho desde hace 25 años cuando crearon la clínica comunitaria.

 Cargo todavía la resonancia del testimonio de una de ellas. Doña Concepción Chopen es una viuda que en la madrugada del desastre sacó a sus seis hijas e hijos por el techo de su cobacha, en la penumbra, en medio de una correntada de agua helada, palos y piedras de tres ríos que se le juntaron esa noche entre las 2 y las 5 de la mañana.

 

“Cuando me di cuenta, ya tenía el agua hasta el tobillo. Fue un estruendo tan fuerte que me sacudió de la cama. No sabía si era camión o volcán, pero inmediatamente sentí el agua que ya me llegaba a los tobillos cuando empecé (a tientas, porque lo primero que se fue, fue la luz eléctrica) a ver cómo y por donde sacar a mis hijos. Ya tenía el agua hasta las rodillas cuando logré encender un costal para que el fuego me alumbrara. Cosa extraña, por primera vez esa noche había yo metido dentro de la casa una escalera que usamos para bajar frutos y arreglar el techo. Ya tenía el agua y una gran cantidad de lodo que ya nos llegaba a la cintura, cuando empecé a levantar a cada uno de mis hijos, todos menos la grande, bien pequeños. Fuimos saliendo en fila de la más grande a la más pequeña.  Éramos tantos y había tanta correntada que en un determinado momento creí que tendría que escoger cuales hijos llevarme y cuales dejarle a la corriente. No tuve criterio. O todos o ninguno, me dijo mi hija cuando vio lo que me pasaba por la mente. Al salir veíamos pasar mesas, sillas, cadáveres, televisores, piedras inmensas, como si fueran nada. Cuando salimos sentí que las fuerzas se nos agotaban y fue allí cuando empecé a cantar para que mis hijos tuvieran fuerzas para seguir contra la corriente.”

 

Una historia de valor, fuerza, desagarre y determinación que no tiene parangón. No cesa de agradecer la visita y que se les escuche y se les acompañe un su dolor y sus ganas de seguir viviendo. Está preocupada por la depresión de sus hijos, algunos de los cuales duermen el día entero en el pequeño cuartito que una iglesia del pueblo les ha asignado como albergue temporal.

 Mientras la entrevisto está tratando de hilvanar cuatro pedazos de “corte” (nombre que le dan las mujeres mayas a sus faldas)  que a todas luces fueron desenterradas de los escombros. Quiere hacerse una segunda vestimenta, porque ropa occidental dice que no usará nunca.

 Agradece la visita y habla de lo significativo que es para ella y sus hijos que los vengan a visitar y a escuchar. Lo único que pide es una gran olla para cocinar güisquiles, pues de eso vive para mantener a sus hijos. Lleva muchos años trabajando de partera en su comunidad y dice que volverá a trabajar en cuanto se logre normalizar la vida.  Me quedé pensando: qué querría decir ella por “normalidad”. Tengo que volver a preguntarle, porque sin preguntar, es imposible que la gente no indígena entendamos algo de lo que pasa por las vidas, mentes y cuerpos de las mujeres mayas. Quienes venimos de afuera necesitamos la intermediación de interpretes culturales y lingüísticos todo el tiempo, para no meter las patas queriendo ayudar.

Fuimos a ver las casas temporales que construye el gobierno para la gente que lo perdió todo. “Temporales” mientras se encuentra una forma de proporcionarle a la población nuevas tierras donde construir sus casas y sus comunidades.

Nuevamente salta a la vista el problema de la falta de perspectiva étnica, o tal vez no falta, sino que la hay, y es discriminatoria. El gobierno ha puesto la madera y la lona.

 La población tiene que poner la mano de obra. ¿Pero cómo? ¡Si la gente no trabaja día a día no come! Se les ve, saliendo a tempranas horas de la madrugada a buscar leña, luego a buscar frutos y aguacates y otros a sus trabajos de jornaleros. Y las mujeres con sus largas jornadas cotidianas: acercándose al peligroso río a lavar la ropa, tratando de buscar sus ollas entre los escombros para cocinar yerbas, bañando a las niñas y los niños, tejiendo mano lo que pueden, haciendo sus duelos y confortando a los deprimidos, atendiendo la salud de los enfermos.

Y para colmo, en aquél frío que cala los huesos en la noche, las “paredes” de las casas serán de lona. No es justo, el gobierno puede dar más y mejor, es su responsabilidad. Y la gente tendría que recibir un salario por construir, para poder dejar otras labores y dedicarse a sus casas. Me cuenta Doña Chica que el Presidente Berger anunció que Santiago de Atitlán sería ejemplo de reconstrucción para todo el país. Si por la víspera se sabe el día, qué mucho queda por presionar y hacer para que se haga un poco de justicia.

 

Tecpán, Chimaltenango
 

 

Al día siguiente fuimos a Chimaltenango, a otro lado del país. Por el lado de Tecpán, en otras dos comunidades devastadas: La Giralda y La Argentina.

 Lo mismo. Unas montañas que rodean las aldeas, lavadas por la lluvia y la erosión. Ríos subterráneos que se juntaron con riachuelos que se convirtieron en el terror de las casitas que a la orilla del río albergaban poblaciones que se vinieron a instalar allí, dónde nadie habitaba, huyendo de la guerra hace 10 años. Zonas baldías por invivíbles. Viven de la siembra de la milpa, para lo cual alquilan las tierras en las laderas de las montañas.

 Vamos con el apoyo de Estela y Francisca, mujeres que trabajan en la Unión Nacional de Mujeres Guatemaltecas, con quienes la Campaña “Entre Mujeres con las comunidades afectadas” también canaliza apoyo y ayuda. Además son nuestras intérpretes en esta ocasión en que el idioma y la cultura son Cachiquel. Son activistas mayas que trabajan en derechos humanos y los derechos de las humanas. Hoy dedican su día de descanso a llevarnos a conocer a las mujeres en las comunidades donde trabajan.

 Nos entrevistamos con Doña Petronila, Doña Lencha, Doña Rosa, todas sobrevivientes de la guerra. Jóvenes, niñas, mayores, todas tratando de rehacer sus vidas y las de sus comunidades, destrozadas por tanta tragedia. No se dan por vencido. Una vez más: familiares desaparecidos, esta vez por el barro y el agua. Han transcurrido dos semanas y todavía escarban en busca de sus bienes. Colocan candelas en los escombros para sus muertos. A pesar de que en la noche truena el río y la montaña, no se van de ahí, al menos hasta dar sepultura a sus muertas y muertos.

 Dicen que cuando la casa de convierte en cementerio, no se pueden ir a hacer otra, sin rendirles culto y hacer duelo. No se hasta cuando. No me atrevo preguntar.

 Pero, contrario a lo que se piensa fuera de aquí, estas poblaciones quieren irse de allí pronto. Saben que la Laguna Seca no está tan seca y que los cerros que les rodean van a ceder cualquier día de éstos.

“Nos van a venir a enterrar a todos cuando se quiebren del todo los cerros y el agua de  la laguna nos ahogue sin darnos cuenta” me dice Doña Petronila mientras extiende sus brazos para mostrarme los grandes trozos de montaña lavada.

 Felices, verdaderamente felices de la visita y de que se les escuchara en su tragedia. Pueden contar el mismo cuento una y otra vez. En Cachiquel y en no se cuantos idiomas más.

Antes que Francisca traduzca lo que dicen, ya  yo lo se. Lo siento. Lo veo en sus miradas. Lo detecto en sus gestos. Cuando se ponen las manos en el pecho, están hablando de sus muertos. Cuando estiran las manos hacia el firmamento - como invocando a no se cuantas diosas y dioses - están hablando de la lluvia que viene del cielo. Dice Doña Petronila que ella no entiende, porque la lluvia es un regalo de dios para la siembra y la vida, pero que ahora se convirtió en un castigo.  

Y las miradas profundas y penetrantes son las del desconcierto. Son las mismas que vi en Nueva York el 11 de septiembre del 2001, en El Salvador durante la guerra, en Nicaragua cuando el somocismo, en Sudáfrica con el Apartheid.

En tantas partes del mundo. Las desaparecidas y los desaparecidos, el desconcierto frente a lo acontecido, que tiene cara pero tantas veces, no tiene palabras.

Doña Rosa ha pedido sus tres nueras. Le quedaron sus nietas, nietos e hijos, todos deprimidos. Ella es el centro de la familia. Me pide un favor por todos. “Unos días después del desastre vino el Presidente a esta comunidad. Yo misma hablé con él. Nos prometió públicamente que conseguiría otras tierras para que nos vayamos de aquí. Yo no tengo cómo recordarle su promesa. Háganlo ustedes en la ciudad. Urge que presionen.”

Pude constatar como entregan la ayuda. Verdaderamente escogiendo a las familias las necesitadas: las viudas, las más alejadas, las que quedaron sin nada más que las ganas de  vivir.

Veo una entrega de comida por parte del gobierno. Se hace a través de la policía que viene, entrega y se retira. Es loable, pero no es efectiva. Un desorden tal, que hay quienes se aprovechan sin necesitar. Lo vemos desde lejos. 

No conocen las necesidades, como las conocen las mujeres de las mismas comunidades. Lo que se entrega con lista de nombres y apellidos son las bolsas de víveres y bienes que se le darán ese día a la gente que trabajó sacando barro de las vías de acceso. Son todos hombres, por supuesto. Me pregunto qué ayuda recibirán por esa vía la gran cantidad de viudas que hay en el pueblo.

 Mientras tanto en la ciudad, el gobierno promete y en algunos casos ejecuta sin perspectiva de género y étnica. Con la ONU ha logrado un apoyo de 21 millones de dólares a convertir en programas de apoyo durante los seis meses que durará el programa especial de ayuda humanitaria de ese organismo.

 Y en la ciudad la gente común y corriente pareciera que después de las primeras semanas, no siente nada de lo que pasa en el altiplano. Ojalá me equivoque. No conozco lo suficiente. He oído decir que han ayudado con víveres y bienes, aunque no saben cómo es que hay que hacerlo, tratándose de población maya. Entre luces de neón y entretenimiento barato, tal vez se han desconectado de sus raíces, por lo que se les dificulta conectarse con su propia gente.

 Hay organismos especializados que trabajan de sol a sombra. La Cruz Roja, las Naciones Unidas, la CONRED, no descansan. Se las ve trabajando. Salen todos los días en la gran prensa, dando declaraciones y entregando ayuda. 

 Pero hay otras que tampoco descansan, aunque no se sabe por la prensa. Las mujeres organizadas de la ciudad que están ligadas con las mujeres mayas en la zona rural.

 De no ser por el trabajo informativo infatigable de La Cuerda, CERIGUA, de las radialistas de la Red Mujeres al Aire en las comunidades afectadas, de la FEGER, de la Asociación de Radios Comunitarias, entre otras, que organizaron la Cadena de Solidaridad durante las primeras semanas de la tragedia, las voces directas de las comunidades afectadas no se hubiesen podido escuchar con tanta fuerza. 

 Hace falta organizar una forma en que las mujeres comunicadoras y de prensa que están sintonizadas con las mujeres de las comunidades puedan divulgar ampliamente sus producciones para que la gente que quiere solidarizarse con efectividad sepa cómo y con quiénes hacerlo. Para que las gentes de la ciudad tengan la oportunidad de conectarse con sus raíces, escuchando las voces de las poblaciones mayas y apoyándolas directamente y con interlocutoras eficientes.

 Hace falta que afinemos conjuntamente cómo las mujeres y hombres de otras partes del mundo podemos sonorizarnos y solidarizarnos con una situación que también es nuestra en este mundo globalizado. Sin ustedes y las mujeres de las comunidades no sabremos cómo hacerlo con efectividad.

 No podemos interpelar a las agencias y organizaciones de ayuda humanitaria para que al ayudar, lo hagan con efectividad, a menos que organicemos redes propias intercontectadas: Norte a Sur, Sur a Norte; campo a ciudad y ciudad al campo; mujeres con mujeres, con los compañeros, en todas las comunidades. Pero con las mujeres y sus comunidades afectadas al centro y como centro, orientándonos cómo hacer.

 Por eso me trajo hasta aquí en este momento Radio Internacional Feminista. Pero por eso estamos aquí, juntas todas, porque nadie lo puede hacer en aislamiento.

 Desde el inicio este viaje mismo fue un esfuerzo concertado. Fue posible gracias a Laura Asturias y La Cuerda, a Ana Silvia Monzón y la Red de Mujeres al Aire en Guatemala. Al arduo trabajo de todas las mujeres de las organizaciones no gubernamentales en la ciudad y el campo que trabajan contra la violencia, por los derechos humanos y los de las mujeres. Y el trabajo de la prensa, que nos acercó a esta realidad, lo suficiente como para que nos conmoviéramos a la acción en otros países.

 Gracias a las organizaciones de la Campaña “Entre Mujeres con las Comunidades Afectadas”: Programa de Género de la Unión Mundial de la Naturaleza (UICN), Asociación de Mujeres en Desarrollo (AWID), el Fondo Global de las Mujeres y Radio Internacional Feminista (RIF/FIRE).

                                                                 Gracias

 

Campaña
"Entre mujeres, con las comunidades afectadas"

Anexo encontrarán una hoja de datos y enfoque de la Campaña.
Una iniciativa de Radio Internacional Feminista con organizaciones guatemaltecas,
co patrocinada por: Asociación para los Derechos de la Mujer y el Desarrollo (AWID), Programa de Género de la Unión Mundial para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y Fondo Global para Mujeres (GFW).


Esperamos su respuesta,
María Suárez y Katerina Anfossi
Radio Internacional Feminista (RIF/FIRE),
por las organizaciones co-patrocinadoras

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