Derecho
maravilloso
Fuente: Semanario Universidad
Laura Martínez Quesada
Directora Semanario Universidad
Don Julio, lo que es bueno para el ganso lo es también para la gansa
Con gran asombro he leído el comentario de don Julio Rodríguez del
pasado 8 de setiembre, en el que reduce el escándalo del contenido de
un memorando sobre la estrategia gubernamental del SÍ escrito por dos
funcionarios públicos –electos popularmente–, los señores Kevin
Casas y Fernando Sánchez, al problema de la existencia dehackers que
interceptan comunicaciones "privadas". Comunicaciones, que
reitero, se dieron entre dos funcionarios públicos hacia nada menos y
nada más que el máximo jerarca de la administración pública del
país, el presidente de la República, Óscar Arias Sánchez, y la
figura más cercana al mandatario, Rodrigo Arias, ministro de la
Presidencia y hermano del mandatario.
Me causa extrañeza, sobre todo porque proviene de un columnista que
ejerce la labor del periodismo en uno de los diarios que más ha
levantado la bandera de la libertad de expresión.
Como directora de un medio de comunicación alternativa, como lo es el
SemanarioUniversidad , con 37 años de trayectoria y como comunicadora
con cierta experiencia en investigación, no puedo dejar pasar este
comentario en el que se antepone el interés público y el derecho a la
información de la ciudadanía costarricense al de las leyes privadas.
Los periodistas de investigación nos hemos topado muchas veces de
frente con ese argumento, que por lo general proviene de los defensores
de la impunidad, del poder irrestricto y de la corrupción, pero no de
una persona que ejerce el periodismo de opinión.
El modelo "Watergate". Admiradora como soy del clásico
periodismo de investigación estadounidense y del caso periodístico
modelo en las aulas universitarias de la UCR, el escándalo del
"Watergate"– que generó la renuncia del presidente Richard
Nixon–, no me imagino a los legendarios periodistas Bob Woodward y
Karl Bernstain diciéndole a su informante, el conocido Garganta
Profunda, si se estaban violentando las comunicaciones privadas con los
documentos que día a día les entregaba a los hoy famosos
comunicadores.
Tampoco se me ocurre pensar si lo valioso de la información divulgada
–como primicia por el periódico La Nación – sobre los dos sonados
casos de los expresidentes de la República, Rafael Ángel Calderón y
Miguel Ángel Rodríguez, era si los movimientos de las cuentas
bancarias, la creación de sociedades anónimas y demás documentos
empleados, provenían de loshackers de la información, que penetraron
hasta las redes del secreto bancario, al cual no tenemos acceso los
periodistas.
Por supuesto que lo esencial eran las revelaciones allí contenidas,
como igual de fundamentales fueron los datos divulgados sobre los
estados contables deRadio María y no las personas que tuvieron la
valentía de dárselos a un medio de comunicación.
Igual de importantes fueron los contenidos de los documentos que
llegaron a mis manos y las personas que se me acercaron de manera
anónima para denunciar, años atrás, los casos de Aviación Civil,
Compensación Social, Fodesaf y el del exministro de Trabajo Farid
Ayales. Muchas de las personas involucradas en estos ya fueron
sentenciadas por los tribunales de justicia costarricenses.
Ni antes ni ahora. No, don Julio, como reza uno de los principios de la
Relatoría de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de manera
muy clara: las leyes de privacidad no deben inhibir ni mucho menos
restringir la difusión de información de interés público, ni antes
ni ahora, cuando ciudadanos y ciudadanas creyeron que solo nuestro
periódico daría a conocer sin temores esta información.
Y ese fue el criterio que tuve como directora y que defendieron las/os
redactores deUniversidad para divulgar la primicia de este documento,
que, una vez que fue publicado por este medio, pese a los intentos de
censura previa de los dos autores del memorando, fue divulgado por
correo electrónico.
Cuando recibí este año del pueblo costarricense el Premio Nacional de
Periodismo Pío Víquez , igual que cuando tiempo atrás me entregaron
cinco galardones de igual trascendencia en lo personal, me he preguntado
cuál debe ser el siguiente paso que debo dar como profesional y cómo
devolver a mí país toda la confianza que me ha depositado tras haber
reconocido una labor.
Ahora más que nunca, tengo una respuesta a mis propias interrogantes:
garantizándole a la ciudadanía el maravilloso derecho humano a la
información, algo que venimos haciendo desde la alternatividad
informativa deUniversidad .
Don Julio, lo que es bueno para los periodistas de La Nación , también
lo es para los periodistas del Semanario.
Lo que es bueno para el ganso, lo es también para la gansa.
En
Vela
Julio Rodríguez
envela@nacion.com
El memorando del que informa hoy La Nación y que ha corrido por
Internet sobre la campaña del TLC debe abrirnos los ojos. Un hacker ,
pirata o experto en estos actos delictivos penetró en el sistema de
comunicación de la Presidencia de la República y se apoderó de su
contenido para hacerlo público. Igual violación han sufrido otras
entidades públicas y privadas. Esta es la cuestión de fondo. Estamos
expuestos. Todos sin excepción, no solo en las calles, sino en nuestras
casas y oficinas, y en nuestra propia intimidad.
Conforme la tecnología avanza y nos regala sus frutos, para bien propio
y de la humanidad, mayor es el riesgo de utilizarla para el mal. La
penetración de los delincuentes en el ancho mundo de la telefonía y,
ahora, de Internet lo demuestra día a día. El ámbito sagrado de
nuestra privacidad y de las relaciones humanas personales está expuesto
al chantaje, a la amenaza, al anonimato y a la publicidad sin fronteras
ni límites. Hay gente que se nutre de este poder.
Las modalidades por Internet son conocidas: mensajes, anónimos o
personales, directos o por mediación, para chantajear, amenazar,
silenciar o difamar. Recordemos que reiteradamente se publicó por
Internet un diálogo falso entre periodistas y el Ministerio Público.
El asalto contra la privacidad y la dignidad de las personas no cesa. Se
trata de mafias ideológicas, políticas, económicas, criminales o,
simplemente, de personas sedientas de odio, envidia o venganza,
sabedoras de que la difamación causa un daño irreparable y de que la
amenaza o el chantaje, extorsivo o no, son instrumentos de terror que
conducen al silenciamiento, a la servidumbre, a la indefensión o a la
impotencia, todo en un oasis de impunidad.
El peligro no se detiene aquí. Este tipo de delincuencia mediática
afecta el sistema de seguridad de un país. El narcotráfico y el
terrorismo conocen sus secretos, del que derivan enormes ganancias y
daños inmensos a la sociedad.
En fin, los que ahora disfrutan de estos triunfos mediáticos están
cavando la fosa del miedo y la desconfianza, y, a la vez, estimulando a
los grupos, internos o externos, dedicados a estos menesteres. Mañana
las víctimas pueden ser ellos o sus familiares. Hay límites que no se
deben traspasar, pero, eso sí, si se da ese otro paso más allá, el
que nuestra conciencia y los valores éticos retienen, no hay retorno.
No nos forjemos ilusiones. Hay gente en nuestro país capaz de todo.
Ningún objetivo o interés merece el sacrificio de la libertad o de la
dignidad. |