RADIO INTERNACIONAL FEMINISTA/ noviembre 2005

LA RUTA PACIFICA DE LAS MUJERES

DESNUDANDO AL PATRIARCADO GUERRERISTA EN COLOMBIA

 

Ochy Curiel
Diciembre 2005

Llegué a Bogotá a mediados de noviembre de este año, recuerdo que fue la primera ciudad que conocí cuando tenía 13 años. De las pocas cosas que tenía en mi memoria era la Plaza Bolivar, en el centro, lo otro con el tiempo se había borrado de mi memoria. 

Algo que aprecié ahora y que no recordaba de mi primera visita, era la cantidad de  soldados en las calles, lo que evidencia un país en guerra. 50 años de conflicto armado para ser exacta.

El encuentro cotidiano con Anna Milena Gonzáles, de la Ruta Pacifica me situaba en una realidad. Su historia me conectaba con la de ese país: luchas estudiantiles, desaparecidos y desaparecidas, masacres y asesinatos, el miedo a la noche y a las calles solitarias. Ella me contaba anécdotas que no desaparecen de su memoria y hoy transforma los ideales contra la guerra y las injusticias en una lucha desde  el feminismo. 

Desde allí, con otras mujeres, construye LA RUTA PACIFICA DE LAS MUJERES, una experiencia feminista que se inicia desde 1995.

Supe de la Ruta Pacífica a través de un correo electrónico que una amiga colombiana residente en Madrid me había enviado. En ese año, creo que fue el 2003, la Ruta se dirigía a Putumayo, en el sur del país. Mi imaginación daba para pensar en decenas de mujeres bajando en el mapa, abrazadas solidariamente diciendo un No rotundo a la Guerra. 

Aquella imagen volvió a salir en Costa Rica en un encuentro de Mujeres y TIC´s organizado por Radio Internacional Feminista (FIRE) en el que nos encontramos con Anna Milena, quien nos contó de esta experiencia. Yo quedé desde aquel momento fascinada por esta propuesta feminista pacifista que moviliza miles de mujeres frente al conflicto armado en Colombia. La propuesta de la Ruta se me  hacía válida, urgente, incluso valiente en medio de la institucionalidad que va cooptando cada vez más la práctica feminista. 

Era una propuesta de movilización desde el movimiento social de mujeres y feminista y ya de entrada contaba con mis respetos.

Tuve la posibilidad de estar este año, gracias a la complicidad y solidaridad de las mujeres de Radio Internacional Feminista y en particular de Beatriz Cavazos , quien me cedió el boleto que ella había ganado en la rifa que se había realizado en ese evento para asistir a Colombia en el mes de noviembre a la Movilización Nacional hacia el Chocó.

La movilización hacia el Chocó estaba programada del 22 al 26. Días antes estuve aportando granitos de arena a los últimos detalles. Una reunión de la Ruta Pacífica de Bogotá me devolvía la esperanza y la necesidad de repensar un feminismo más concreto y transformador de la vida de las mujeres. 

En el suelo, mujeres desplazadas por el conflicto armado realizaban las mantas, las organizadoras decían los últimos detalles para el viaje, yo, hacía barcos de papel en colores para un ritual simbólico que se haría en el Chocó. Ahí entendí la importancia de los símbolos en el trabajo de la Ruta Pacífica, su significado iba más allá de la acción aislada. Cada barquito, palabra, vela, y telas de colores representaba un sentimiento de solidaridad y lucha política con y entre mujeres. 

El naranja, verde, azul, amarillo y blanco, simbolizaban la resistencia, la verdad, la justicia, la reparación y la esperanza. Estos colores traspasaban los cuerpos de las mujeres y los pañuelos, mantas y encima de ellos decenas de consignas. La creatividad y al arte a veces se convierten en tranquilizantes frente al dolor que produce el desplazamiento y la muerte.

El día 22 salimos de Bogotá hacia Medellín y allí nos encontramos con una gran parte de las mujeres que salían de otros departamentos y fue realizado un ritual colectivo en el Parque San Antonio. Mujeres vestidas de fuego, agua, tierra y viento, nos daban una especie de bendición feminista que nos protegería durante el viaje. Un círculo de cientos de mujeres expresaba solidaridad, fuerza y valentía, principios y práctica que se mantuvieron durante todo el viaje. 

Dos horas después en Ciudad Bolivar nos encontramos con el resto que llegaba de Putumayo, Cauca, Valle y Risaralda quienes se sumaban a la caravana con las mujeres de Antioquia, Santander, Valle, Bogotá, Cartagena y de las distintas regiones del Chocó. Además de las que habíamos traspasado fronteras y mares para estar allí desde Argentina, Costa Rica, Francia, y España.

Sumábamos ya 2,800 en .28 buses vestidos de mantas amarillas conteniendo y visibilizando la propuesta de la Ruta Pacífica: ¡Por la desmilitarización del territorio y la vida civil!, ¡Choco, territorio de vida y resistencia!

El Chocó, es un departamento situado en la zona occidental de Colombia, es rico en flora y fauna pero paradójicamente con un rostro de miseria humana cuyo índice se calcula en un 23.5% y esto se agrava desde 1996 con el conflicto armado. Está constituido principalmente por poblaciones afrodescendientes (85% de la población) e indígenas Tule, Wounaan y Embera (52.7% de hombres y un 47.3% de mujeres). Allí, la esclavitud tiene rostros de modernidad, pero sus desastrosos efectos son los mismos de hace más de 500 años cuando se instaló la colonización europea. Hoy los colonizadores no son extranjeros, son los guerreros nacionales que promueven la muerte y la miseria.

Carretera adentro empezamos a sentir la marginación y la exclusión de la población del Chocó. Ya no íbamos tan cómodos y cómodas en los buses pues una carretera en las peores condiciones nos abría el camino. Cada minuto nos preguntábamos, ¿cómo es posible que mantengan esta población tan marginada?

Si, estaban realmente marginada de las ventajas de la modernidad, al mismo tiempo tenían los efectos de su desventaja: la construcción de un puente oceánico, un poliducto, proyectos hidroeléctricos y la construcción de una ruta comercial y de desarrollo industrial cuyos productos fundamentales son armas y narcóticos, hace que esta zona se convierta en interés económico de ciertos grupos de poder paramilitar, al tiempo que las necesidades de la población civil son desatendidas y olvidadas.

El día 25, luego de 60 horas de viaje, llegamos a Quibdo, capital del Chocó. Empezaron a salir mujeres, niñas y niños a saludarnos. ¡Por fin llegaron!, nos decían. Era una muestra de agradecimiento y esperanza, sabían que esa caravana de la Ruta Pacífica ayudaría a resonar su dolor en otros lados de Colombia y más allá de la frontera, pero creo que sobre todo sabían del abrazo simbólico que les dábamos, sabían que esas mujeres no querían la guerra al igual que ellas, no querían más muertes y miserias.

Frente a esa catástrofe humana las mujeres irrumpen desde el más recóndito rincón para mantener viva la memoria, el olvido nunca le llega a sus vidas y luchan por la desmilitarización de sus territorios y la vida civil porque entienden que NO HAY GUERRA QUE LAS DESTRUYA NI PAZ QUE LES OPRIMA.

Estas posturas se hicieron escuchar en colectivo frente a la Alcaldía y la Gobernación de la ciudad. Las mujeres tomaron las calles porque es desde allí y desde sus propias casas que dicen NO a la guerra y SI a la vida, pero a una vida digna exenta de pobreza y desigualdades, de racismo y de sexismo.

Las dificultades del viaje solo nos permitió quedarnos un día real en Quibdó, pero fue suficiente para ponernos a pensar y reflexionar sobre el rol político y social que nos toca a cada una y cada uno frente a lo que nos tocó ver y sentir.

En horas de la mañana del día 26 la caravana se despedía de Chocó. Las decenas de rostros de mujeres, niñas, niños, adolescentes y hombres que salían de sus casas para alzar el brazo y decirnos adiós, mostraban un gran agradecimiento. Vi lágrimas en algunos ojos y también sonrisas, de esas que hacen perder el miedo y abren posibilidades de un sueño: una Colombia sin guerra, vidas de mujeres sin violencia, sin racismo, niñas y niños corriendo por las veredas, alzando cometas de papel, riendo a carcajadas.

Desde que llegué al Chocó mi cuerpo empezó a enfermar, una alta fiebre me cubrió durante varios días. Hoy probablemente entienda que  fue un síntoma del efecto que esta movilización tuvo para mi. Me daban vueltas miles de pensamientos, pero uno en particular se quedaba en mi mente: ¿cómo es que tantas feministas nos cruzamos de brazos frente a estas catástrofes?, ¿cómo es que preferimos un feminismo light que se pasea por las grandes conferencias y eventos internacionales?, ¿cómo es que tantas feministas ganan tanto dinero en nombre de estas mismas mujeres?..

Este pensamiento aún me sigue quitando el sueño a varios días de haber visto y sentido la realidad de las mujeres afrodescendientes e indígenas del Chocó. 

Después de nuestro regreso me quedo pensando en cuantas Rutas necesitamos las feministas para poder entretejer solidaridades con las mujeres que realmente son los escudos del patriarcado, aquellas que el racismo, la pobreza y el sexismo le pega en sus cuerpos cotidianamente, aquellas que la guerra les pega, les mata y asesina.

Agradezco profundamente a las organizadoras y promotoras de la Ruta Pacífica, en especial a Anna Milena y también a las compañeras de FIRE, por darme esta oportunidad de ver y sentir otras realidades de las mujeres, realidades que para poder entenderlas no basta con leer muchos libros y muchas estadísticas, hay que sentirla en la piel y el corazón. 

Es ahí que se entiende cuál es la política feminista que urge frente a ese patriarcado neoliberal despiadado que nos mata a sangre fría. Quisiera seguir emprendiendo rutas que hagan de nuestra práctica feminista una apuesta transformadora de la vida de las mujeres, si soñamos que esto es posible de seguro encontraremos miles de maneras para hacerlo.